1. Tienen lo que tiene que tener un espectáculo: son algo extraordinario. La definición de espectáculo la aprendimos en la facultad y no se nos debería olvidar. Un espectáculo, para que lo sea de verdad, tiene que ser algo fuera de lo común. Y los premios de la Academia no son lo común. Al menos, no son «mi» común.
2. Que los vestidos y las joyas de Harry Winston no nos deslumbren: esto va de películas. Mi vida también va de películas: no me cuesta dedicarles unas horas.
3. Es bonito ver tanta gente con talento reunida. Es bonito verlos felices. Es bonito ver el talento feliz. Ya sé el precio tan alto que hay que pagar por eso y no sé si lo pagaría, pero me rindo ante el buen trabajo de directores, actores, actrices, compositores, diseñadores de vestuario y guionistas. Que sí, que sé que Cannes es Cannes y también la diferencia entre Cine y películas, pero en los Oscars hay mucha gente trabajando para mí y yo se lo agradezco viéndolos con coleta, gafas, y un pantaloncito corto de rayas.
4. Me fascina el latigazo de energía que se percibe cuando leen un nombre y alguien salta de su asiento.
4. Meryl Streep.
5. Este año será (espero) el año de la maravillosa Boyhood. Y si la ceremonia sirve para ver fragmentos de la película y a sus actores, todos guapos y satisfechos, bienvenida sea la falta de sueño.
6. Los vestidos. De acuerdo, eso no es el Cine pero también es el Cine. Espero encantada despierta para ver qué lleva Julianne Moore, si aparecerá o no Tilda Swinton y contar cuántos Dior habrá. No pienso justificarme por esto.
7. Me gustan las ceremonias de entrega de premios. Me gustan los premios. Me gusta ganarlos. Me gusta ver gente que los gana. Mi cara de perdedora sería espantosa. Yo nunca ensayaría discurso, ensayaría un rostro digno con aplauso relajado. Confesión hecha, menos mal que me leen pocos.
8. A veces escribo sobre ellos en Vanity Fair.
9. Desde que existe Twitter la forma de enfrentarse con los Oscars, como el espectáculo televisivo que es, se ha complicado y amplificado. Ahora la tele se lee y eso lo convierte en algo mucho más entretenido. También más ansioso.
10. Los primeros Oscars que recuerdo son los de 1983, año en que estuvo nominada Carmen, de Carlos Saura. Los escuché por la radio que colocaba debajo de la almohada. Vi el «Volvergg a Empessaggg», el año que Cher apareció con ESE vestido, cuando Trueba se lo agradeció al Dios-Billy Wilder, el de «Peeee» y la noche que Jorge Drexler cantó «Al otro lado del río». Los he visto en distintos husos horarios y con compañía de todo tipo. No soy ninguna experta, sólo rindo culto a los rituales.