Y así, una tarde tonta de final de verano, David Moralejo y yo llegamos a una conclusión: había que hacerle un homenaje al cloro. Porque vive horas bajas, nos ha hecho felices y porque sí. Decidimos dedicarle una elegía, que siempre es más solemne y el cloro lo merece todo. Iba a ser una lista a cuatro manos, pero al final será solo una. David, inconsciente y generoso, merece todos los honores para él solo.
Con todos ustedes, la “Elegía al cloro” de David Moralejo.
Elegía. Dícese de aquel que eligió pero ya no; y si ya no es porque no puede, porque no hay elección, como en el caso que hoy nos da carrete.
Elegía. Dícese también de la composición poética del género lírico en la que se lamenta la muerte de una persona o cualquier otro caso o acontecimiento digno de ser llorado.
Ay.
Lo que no sabíamos muchos hasta que el diccionario nos dio luz, bendita RAE, es que entre los griegos y latinos se componía de hexámetros y pentámetros y admitía también asuntos placenteros.
Oh, el placer. Vamos bien.
Hexámetros y pentámetros no voy a escribir porque tal liada solo tendría sentido si este rincón se llamase chicahexámetros o chicapentámetros. Pero se llama Chicalista así que haré una lista. Una elegía lista.
Lista, triste y epicúrea, todo a la vez, un cruce de esas emociones tontorronas que llegan cuando septiembre cae de golpe; cuando comienza el baile de hamacas arrastradas en pos del último sol; cuando el verano ya caput por más que escondamos los calcetines.
Os pongo en antecedentes (en más todavía): tengo la suerte de conocer a Chicalista desde hace algún que otro bello verano. El caso es que un día, charla que te charla, descubrimos que teníamos algo (más) en común: una fascinación casi enfermiza por las piscinas, esos charcos de azulejo y cloro que el hombre, codicioso, inventó para ser dueño de arrogantes océanos de agua estancada. Meses después, mientras Chicalista soñaba con piscinas y yo piscineaba entre sueños, una ristra de whastapps me trajo hasta aquí porque ella me invitó y yo acepté emocionado. Para no. Juntos escribiríamos una elegía al cloro por aquello de despedir el verano con cierto boato químico. Por aquello de decir adiós a las piscinas a cielo abierto antes de dar la bienvenida a la temporada del otro cloro, el evaporado, ese que se impregna en los gorros (floreados) de las señoras que practican aquagym, de los niños que aprenden a ser peces y de los atletas que prefieren calles de eslabones para, de vez en cuando, pasar por debajo y pellizcar un muslo.
No antecedo más. Dejémonos de chapuceos y aquí va mi lista para Chicalista con las’10 razones por las que amo (amamos) el cloro’
1. Porque yo (y esto es primicia mundial, amén de cero interesante) aprendí a nadar en una piscina. Bueno, en dos. Tras un centrifugado con siete vueltas de campana sufrido por el embiste de una ola cantábrica, le cogí cierta aprensión al mar, así que mi madre no sabía qué hacer para que me arrancase por naderías. Finalmente lo consiguió una tía mía en un club muy fetén de Sanxenxo y remató la faena otro tío cuya piscina chaletera era lo plus de la sierra madrileña allá por los 80. Conclusión: a mí lo que me pasaba no es que tuviera miedo, es que necesitaba lujo. Lujo embotellado.
2. Porque de niño siempre soñaba con tener una furgoneta pick up para llenar la parte trasera de agua e ir ahí, a remojo. Mentira. Sigo soñándolo.
3. Porque El nadador, de John Cheever, es el más fascinante relato sobre piscinas que he leído en mi vida. Y porque también lo hay en película, The Swimmer, protagonizada por Burt Lancaster y tan recomendable que deberíais dejar de leer esto y verla ya mismo.
4. Porque sin La Piscine, de Jacques Deray, el mundo sería más feo. Vale, quizá en este asunto pese más que salen Romy Schneider, Jane Birkin, Maurice Ronet y Alain Delon, pero es que ojo: salen en bikini y meyba.
5. Porque ese ‘baile de hamacas arrastradas’ que os decía arriba es puro plagio a la escena inicial más apabullante de la historia del cine, esa que podéis ver en La ciénaga, de Lucrecia Martel.
6. Porque siempre quiero ir a hoteles con piscina. Aunque sea invierno. Aunque sea Helsinki. Aunque sea para un rato. Necesito ver ese charco como sea, incluso me conformo con hacerlo en el scroll de imágenes de su web. No sé. Comprobar que el cloro flota en el ambiente me da paz.
7. Porque Benjamin Braddock, que estaba tan preocupado por su futuro, se relajaba en una piscina alucinante mientras Mrs. Robinson intentaba llevárselo al huerto. Qué escena. Hey hey hey.
8. Porque tú y yo nos vamos los fines de semana a inhalar cloro clandestino, el de esa azotea que una vez fue secreta pero desde lo de Instagram ya poco.
9. Porque fue Chicalista, fuiste tú Chicalista, quien me descubrió que la Piscina Molitor ha abierto de nuevo. O sea, que ya tenemos excusa para volver a París todo el tiempo.
10. Porque una de las canciones del verano (de este, quiero decir) ha sido Swimming Pool Blues, de Miniature Tigers, que, aparte de temazo, viene al pelo para echar el telón.
Nos vemos entre el cloro. Pero cuidado con abrir mucho los ojos, que pica.
*Nota de Madame la Directrice: Esta lista es, en realidad, una excusa para abrir la puerta de Chicalista a esos que andan por ahí garabateando listas. Para que nos lo sigamos pasando bien y ordenando el mundo.
♥ Moralejo y ♥ mi «sevi»!!! Besos a los dos y, como siempre, un placer leeros.
Ángela B.
enhorabuena por renovar este espacio!
También me encantan las listas y las piscinas. David, seguro que conoces la del Bristol de París. Me levanté prontísimo en pleno invierno para poder hacer unos largos en ella!!. No podía desaprovechar la ocasión…
http://www.lebristolparis.com/fr/galerie-photos-et-videos/galerie-photos/
David, has equiparado la prosa al hexámetro; estoy deseando conocerte. Los amigos de mi amigalista son mis amigos. ¡Gracias a los dos!