Chicalista

La vida es un caos. Necesita listas.

Cinco cosas que todo el mundo adora y yo, en fin, depende

1. Las terrazas.

Me gustan las buenas, las de Paris, donde se fraguaban las revoluciones burguesas y hoy nos despluman, donde nadie se mira cara a cara. Me gustan las de las fotografías de Cartier-Bresson (atención, exposición en Fundación Mapfre) y las de Robert Doisneau y Capa. Me gusta la del Círculo de Bellas Artes, cuando a las 9 de la noche, en verano, el cielo revienta. Me gusta la del Sculpture Garden del MoMA, con su cemento y sus Bertoia y la del Metropolitan. Me gusta la del Peninsula de Shanghai, que sobrevuela el presente y el futuro. Me gustan las de la calle Betis, a orillas del Guadalquivir, donde como tomate aliñado y sardinas asadas. Me gustan las de mi casa, donde siempre pasan cosas buenas.

PERO detesto las terrazas a cualquier precio. Y, sobre todo, a algunos precios. No entiendo las que pegan a la carretera; aprendamos de la vieja Europa: las sillas se pegan a la pared, no a los coches; así la ciudad se convierte en un desfile de moda. Me resulta inconcebible un fenómeno madrileño: terrazas en cuesta, servicio atroz, precios dignos de un Shangri-La y todo muy lejos de Shangri-La. Eso no quiere decir que no las cultive y las pueda llegar a disfrutar mucho. Pero desde aquí lanzo un grito furioso: dignifiquemos las terrazas. Concejala de terrazas, ya.

2. Los cocktails

Me gustan los que sirven, con calma, en ese trocito de cielo llamado Royal Mansour; los que prepara Javier de las Muelas. Me gustan los que, de repente, se marca algún amigo casi sin pedírselo y sin fanfarria. Me gustan los muy simples que, incluso yo, me atrevo a preparar cuando nadie me lo pide. Me gusta el gin-tonic de señor (o señora) inglés de setenta años, el Campari Naranja y algo, poco, más.

PERO no soporto la sobredosis de cocktails, la pirotecnia de barra de bar, que sean el único reclamo de algunos lugares, las bebidas de colores raros y que supongan que porque soy una chica me van a gustar. Tampoco que cobren sin, por supuesto merecerlo, el equivalente a una camiseta de COS en rebajas. Prefiero la camiseta siempre.

3. Los barcos

Me gusta la fantasía (fan-ta-sía) de un verano de camisas blancas en velero a lo Ripley. Me gusta pasar un día con el pelo ingobernable de sal, en el Mediterráneo. Me gusta el barquito que cruza la ría de Tavira. Me gustó navegar alrededor de Hong Kong hace años, también montarme en un barco de la America´s Cup en San Francisco. Me gustará navegar por el Amazonas, por el Canal du Midi y por supuesto hacer el Road to Mandalay de Belmond.

PERO no quiero pasar unas vacaciones sin pisar tierra firme. No me gustan los ferrys y las zodiacs que siempre se terminan moviendo muchísimo porque el viento no pide permiso. No, por favor, eso no. Yo, que tengo una mente y un alma muy tambaleantes, necesito solidez bajo mis pies.

4. Las ciudades demasiado bonitas

Como todo aquel que pasó la infancia y parte de la adolescencia con gafas de cristales gruesos soy muy sensible a la belleza. A la convencional y a la que me invento. Me gustan mucho Paris, Venecia, Nueva York, Sevilla y San Sebastián; lo contrario sería incomprensible. Hasta estas ciudades tienen su lado menos hermoso y eso es lo que las hace grandes.

PERO hay otras ciudades (colocar aquí nombres varios) que me interesan solo un día. Y a mí, que me gusta tanto repetir destino, eso solo me sirve…una vez. Son como esas películas de las que se sale diciendo: «muy bonitos el vestuario y la fotografía». Son como esos guapos y guapas oficiales que nunca han tenido que ser nada más y terminan devorados por su belleza sin poder crecer. Esos parques temáticos de la belleza oficial me aburren porque se convierten en Gloria Swanson en Sunset Boulevard. En cambio, adoro Mexico DF, Oslo, Berlin, Miami, Madrid, Tokio y necesito con urgencia ir a Brasilia. Me gustan las ciudades con narices largas, las ciudades guapifeas.

5. La comida japonesa

Amo la cocina japonesa. Mucho. Muy fuerte. Uno de mis platos favoritos de Madrid es el Katsu-karē del Naomi. Me encanta comer allí cada poco tiempo. Me gustan sus berenjenas con tofu, el aperitivo de atún seco, los maki, sashimi y nigiris. Cada vez que voy a Japón muero de felicidad ante cuencos de ramen y peces que no conozco y no sé si quiero conocer. Quiero ir a cenar al nuevo Green Tea del hotel Palace. En invierno ceno muchas noches sopas de miso y anteayer preparé edamame.

PERO qué culpa tiene el sushi (y alrededores) de su banalización. Preparar comida japonesa es complicado y algunos españoles lo hacen con una maestría brutal. Pero no todo el mundo sabe hacerlo. Es imposible que todos sirvan, de repente, buenos makis, sashimi y nigiris. Que todos sepamos comprar el pescado perfecto y cortarlo. ¿Por qué rellenar california rolls de cualquier cosa sin control? ¿Por qué usar tanto la imaginación? Cocinar en tempura no es rebozar. El arroz de los maki no es arroz hervido ni el wasabi es verde flúor. Paremos esto. No. En serio. No.

Imagen. Robert Capa: Alla and her dog sitting at Cafe de Flore,Paris1952

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Esta entrada fue publicada el junio 21, 2014 por en gastronomía, Hoteles, Viajes.
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