The Dolder Grand. (Zurich, Suiza) Me gustan los hoteles sólidos y grandes. Aunque también los que no lo son. Me gusta el blanco y el negro. Parezco una criatura moderada: mentira. Soy extrema. El gris no favorece. He estado en el Dolder Grand varias veces y siempre he salido cautivada. Está en uno de mis países favoritos, Suiza. Su spa es de lo mejor que he visto en mi vida. Tiene buena arquitectura (Norman Foster está implicado) y está entre la Naturaleza y la ciudad. Y tiene detalles maravillosos como un libro al borde de la bañera.
Mandarin Oriental (Londres). Otro hotel sólido y grande. Lujo tradicional, palaciego, de la vieja escuela pero con confort de pasado mañana. Adoro mirar por las ventanas y ver los caballos de Hyde Park, el zumo de mango del desayuno, los baños con toiletries de Jo Malone, la alfombra de yoga del armario y la sensación de que te han tocado con una varita mágica y te han dicho: “eres especial, reina, aunque sea unas horas».
Monteverdi (Castigliocello del Trinoro). Un capricho en la Toscana más recóndita de un norteamericano con ganas y recursos para soñar. Este hotel está encajado en una microaldea medieval. Solo tiene lo necesario, pero definamos «lo necesario». Si Mandarin es el lujo clásico este hotel es un ejemplo de neolujo. Me gustan ambos. Mea culpa.
Château Rouge (Carpentras, Francia): No hay que hacer caso a la web: hay que hacerme caso a mí. Fantaseo con vivir en una casa así, con mi portátil y mis afectos. La cocina de este pequeño hôtel particulier es perfecta. También sus habitaciones: con una sencilla cama vestida de blanco, muros gruesos y nada más. Echo de menos varias veces al mes su olor a croissants por la mañana y comer Cantal y beber vino bajo la parra al final del día. Vivan los tópicos. Estos tópicos, tan certeros y reconfortantes.
The Langham (Londres): Churchill y yo tenemos tanto en común. Ambos somos hotelófilos. A los dos nos gusta este hotel, una vieja dama londinense que reúne todo lo que me gusta en un hotel. Está cargado de historias, va de previsible pero esconde sorpresas y tiene un buen bar. Y una tiene la sensación de que está protegida, en un fuerte. Querido terapeuta: creo que tengo el “Síndrome de Eloise”.
* La lista no tiene orden de preferencia. Hay tres hoteles más que deberían estar en ella. Próximamente.
Esperando ver los tres que faltan, me tomaría mientras un té en The Langham. En Londres me alojé-enamoré del Cumberland, en el que además había una exposicion de un proyecto de diseño de estudiantes de Saint Martins, de convertir en prendas la filosofía de ése y los demás hoteles de la cadena en la capital. Encantada de volver comentando.