Chicalista

La vida es un caos. Necesita listas.

Seis cosas que hay que llevar siempre en el equipaje de mano…

…por si se retrasa la maleta.

Porque no siempre estamos en un hotel Mandarin Oriental que te ofrezca preciosa caja negra con un kit de supervivencia cuando esto ocurre y te ves, en un país extraño, solo y solo ( esas tildes de antes…) con un bolso al hombro.

  • Las madres, a grandes rasgos, suelen tener razón. Cuando dicen: «lleva ropa interior a mano» despliegan un sentido común atávico. Da pereza, pero se agradece. ¿Quién quiere ir a comprarla a las 9 de la noche, por ejemplo, en Frankfurt y en Febrero? No pesa. Desamparados y sin ropa sí, con sensación de suciedad, no.
  • Touch Eclat. El cepillo de dientes es necesario, pero el Touch Eclat lo cambia todo. Que una maleta llegue 9 horas tarde se lleva mejor si cuando te miras al espejo, ves algo correcto. E iluminado. Desamparadas y sin ropa sí, mortecinas, no.
  • Si el vuelo es de vuelta, no hay que olvidar las llaves de casa. Hay un amplio anecdotario de personas que tuvieron que buscar hotel en su propia ciudad por haber dejado las llaves en la maleta principal. Desamparados y sin ropa sí, con cara de tontos, no.
  • Cargadores. Abultan pero te salvarán esas horas de incertidumbre hasta que la maleta se recupera. Desamparados y sin ropa sí, desconectados, no.
  • Miopes: las gafas tienen que ir siempre con vosotros, con nosotros. Y el estuche de lentillas, y el líquido. Esto nos permite la supervivencia. Desamparados y sin ropa sí, limitados, no.
  • Cualquier gadget al que consideres tu amigo. Nunca los factures. Nunca. Es una orden. El portátil siempre va con uno. Desamparados y sin ropa sí, bobos, no.

Y sí, claro, la Visa, el dentrífico, el desodorante, el móvil, los caramelos de menta, la libreta y el bolígrafo, el microneceser, la novela….Pero eso ya lo sabemos.

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Un comentario el “Seis cosas que hay que llevar siempre en el equipaje de mano…

  1. Weltschmerz
    mayo 24, 2012

    Me gustaría aportar unas consideraciones personales sobre un tema tan importante como el equipaje de mano, sacado a colación y tratado con tanto acierto por nuestra estimada Chica Lista. Aun con la absoluta certeza de que todo lo que diga ya lo ha incluido ella antes en su largo etcétera («pero eso ya lo sabemos») y será por lo tanto estéril; consciente además, de que los mensajes en una botella que se arrojan al océano de Internet siempre acaban saliendo a flote, y en consecuencia los servicios secretos de medio mundo van a ficharme como potencial terrorista peligroso. Arrojo, no obstante, mi comentario, mientras está la marea alta. Quien lo encuentre que haga con él lo que le plazca. Faltaría más.

    UN BUEN EQUIPAJE DE MANO. De la guisa del que aparece (¡Ah, Hermès!) en el post. Merece la pena invertir en un continente que resista el ajetreo de los viajes largo tiempo y proteja además de albergar, al contenido. Si se descuajaringa una ruedezuela, si se rompe una cremallera, si se rasga con excesiva facilidad, si se descose la costura de la bandolera… mal empezamos. ¿Baratijas de usar y tirar o cosas bellas y duraderas que nos acompañen toda una vida? Yo lo tengo claro.

    UN IMPERMEABLE. Uno que haga honor a ese adjetivo. Confíen en mí, no importa vayamos de visita al Sahara, al Kalahari, o a Atacama: Impermeable impermeable. Con las hojas pasaporte convertidas en acuarelas de Kandinsky, la bandas magnéticas de las tarjetas más ahogadas que el crédito, o esos billetes con la faz de Ulysses Simpson Grant que llevábamos en la billetera para empezar a movernos en tierra extraña hechos puré, lo podemos pasar fatal.

    Miope o no, GAFAS DE SOL. Descuidar la miopía propia, puede devenir en un autentica tragedia, a menos que uno sea Marilyn Monroe. Pero hay algo peor que ver mal: no ver nada en absoluto. Tal vez alguien que lea esto sea una de esas personas capaces de contemplar al astro rey con los ajos abiertos como platos e incapaces de comprender que la radiación ultravioleta les va a churruscar la retina… Tant pis. Evitan la ceguera por deslumbramiento en el desierto, en la nieve, en alta mar, en uno de esos días nublados pero de hiriente luz blanquecina. Ocultan como nada lo hace los excesos de la noche anterior, los estragos de un mal día, los efectos de una indisposición física o mental imprevista grabados a buril en el rostro. Son como un antifaz que te protege de las miradas de los demás. Hay que llevar unas, aunque sea por sentido del estilo, es decir, por vanidad. ¿Touch Eclat? Nanai de la China: unas Persol molonas.
    Eso sí, háganme el favor: al entrar en un sitio público o privado cubierto deben volver a su funda o ser guardadas discretamente en un bolsillo interior de nuestra americana. No somos ni queremos ser ídolos del pop, estrellas de cine ni mafiosos.

    ANALGÉSICOS.– O un pequeño botiquín si se puede, pero deberíamos guardar al menos un par de comprimidos de Paracetamol o Ibuprofeno en la recámara como mínimas precauciones. Pongámonos en situación: Reikiavik 4 a.m. (aunque por estas fechas, probablemente, ya es de día). Hemos llegado la tarde anterior. Nos estalla la cabeza, nos arde el estómago, tenemos unas décimas de fiebre por el motivo que sea, o simplemente nos hemos apeado demasiado frescachones de avión y en este momento notamos como un millón de agujas de acupuntura lacerando nuestra faringe. ¿Nos ponemos a buscar una farmacia de guardia? Sí, en Google Maps localizarla sería cuestión de segundos, pero ¿apetecería ir?

    LA E111.– O un seguro medico que cubra la asistencia sanitaria en el lugar a donde se viaje. Porque más vale prevenir que curar.

    PAPEL y LÁPIZ.– Sea un modesto Staedtler o un Graf von Faber Castell de madera de cedro y platino. O hasta una estilográfica Montblanc homenaje a Grace Kelly. Cualquier cosa que escriba. Que cada uno se lo monte como quiera. En cuanto al papel, utilizo hasta el reverso de los tickets de compra para anotar cosas cuando no tengo nada a mano, pero hay cuadernos, agendas, etc, muy ‘bien’ por el mundo, más allá de los ya cansinos Moleskine. No importa el número de artilugios electrónicos del que dispongan, ni lo buenos que sean. Las baterías siempre se agotan. Las tomas de corriente no siempre están disponibles. Los cargadores y adaptadores se olvidan… Anotar, un número de teléfono, una dirección de correo electrónico, un nombre, una dirección, tomar un apunte personal, bosquejar un plano, hacer un dibujo… Adoramos nuestras computadoras y los gadgets que las complementan, pero admitámoslo: son demasiado rápidas para pensar y demasiado lentas para trabajar en la mayoría de los casos.
    «¿Me da sus señas?» «Claro hombre. ¡Ups! no hay WIFI, llévese mi tablet entonces.» Que no.

    «DIE KUNST ZU ÜBERLEBEN» (traducido prosaicamente al castellano por «Manual del aventurero») de Rüdiger Nehberg. Ocupa poco espacio oculto en el equipaje de cabina, o en la memoria flash del iPad, y constituye una autentica Biblia sobre cómo reaccionar ante cualquier contratiempo que podamos imaginar. Pero lo más importante: sobre cómo reaccionar ante cualquier contratiempo que no podemos ni imaginar.
    Hay otros, como el «The U.S. Armed Forces Survival Manual», pero ni son tan divertidos (el hombre en realidad es un pastelero de Hamburgo), ni son tan amenos como éste. Ni tienen, además, un capítulo especial llamado «mujeres que viajan solas» escrito por una trotamundos amiga del autor. Ir leyendo el Monocle, la revista Apartamento, el Vanity Fair, o una traducción a la parla de Shakespeare de una obra, por llamarla algo, de Murakami, será mucho más cosmopolita pero en ningún caso te sacarán las castañas del fuego. Nunca.

    UNA NAVAJA SUIZA Y UN MECHERO.– He de aclarar, que esto, conviene dejarlo para cuando amaine la estúpida paranoia universal que originó el 11–S, y podamos volver a embarcar en cabina cosas razonables como, verbigracia, una botella de agua mineral decente con la que calmar la sed, en vez de tener que dejarse expoliar –encima– para conseguir una de esas aguas con el PH de una batería de iones de litio, ya a la venta en sus supermercados más cercanos. Soy un ingenuo, un iluso, lo sé, debería hacerle caso a Virgilio cuando decía aquello de «la única esperanza para los vencidos es saber que no hay esperanza alguna»… Sin embargo, no renuncio a que un día, una sinapsis entre dos neuronas repare en que se también se podría reducir de una golpiza a la tripulación, o se podría atarla de pies y manos (o incluso estrangularla), miembro por miembro, con un cinturón, con los cordones de los zapatos, con la ropa que llevas puesta, con el cable del iPhone, o incluso con el forro de los asientos del avión, arrancándolo. De que podrías hasta convencer a los pilotos para que estrellen la aeronave donde tú quieras si eres Hannibal Lecter, tele–operador, o un psicólogo (el verdadero deporte nacional allí, muy por encima del balompié) argentino. Confío, decía, en que finalmente aparecerá gente sensata que recapacite, evitándonos así la humillación pública masiva en los controles de los aeropuertos. ¿Qué ibas a hacer con tu humilde, práctica y fiel Victorinox? ¿Calarla como bayoneta en un Kalashnikov? En cambio no hay instrumento más útil y agradecido, capaz de desde descorchar una botella de Jacques Selosse Substance, hasta hacerte la manicura, recortar una foto de carnet, pelar una fruta, abrir un sobre sin destrozarlo, o desatornillar la trampilla de ese ascensor en el que has quedado atrapado. No hace falta mercarse el modelo del ejercito suizo. Hay alguna con las cachas de nácar, preciosa.
    Con los mecheros sucede tres cuartos de los mismo, no vayamos a mejorar el catering de una compañía aérea haciendo una barbacoa con el staff: «¿Me sirve una pechuga de la azafata rubia vuelta y vuelta, caballero?». Humor negro aparte, no hace falta fumar (es más, no fumen) para llevar siempre que sea posible un mechero encima: encender unas velas, una tira de carta de Armenia, librarse de esa fiesta, obligada pero tan aburrida (como esos bailes de sociedad en los que paradójicamente nadie baila, ¿verdad?) haciendo saltar la alarma de incendios, encender esa encimera de gas del loft que un amigo le ha prestado por unos días en Nueva York a fin de preparar para alguien un buen café, tener la ocasión de darle fuego a esa joven elegante y misteriosa que reclama lumbre para el pitillo que sostiene su boquilla de ébano y plata, o, en el caso de las féminas, a ese beau ténébreux que acaba de recordar dónde ha olvidado la cajetilla de cerillas de su club de jazz favorito mientras rebusca en todos y cada uno de los bolsillos de su traje…
    Creo que intuyen que no hablamos de plástico. De eso lo haremos a continuación. Dunhill o S.T. Dupont cuentan con verdaderas obras de arte en sus colecciones. «¿Me das fuego» ¿Como íbamos a comenzar un posible romance con un Clipper publicitario? Fatal.

    CASH.– Porque no siempre se puede utilizar plástico. Las máquinas expendedoras de lo que sea, por ejemplo, salvo excepciones, no lo admiten. Ni los agentes de aduanas corruptos. Ni, usualmente, los taxistas aprovechados a la salida de los aeropuertos. Ni siquiera los atracadores que nos abordan desprevenidos en una ciudad ajena, ¿se imaginan la siguiente situación?: le gritan a uno «¡La bolsa o la vida!» o la frase hecha que sea en el idioma correspondiente, mientras blanden un arma blanca en una mano y extienden un TPV portátil con la otra… «Ya puede firmar» Yo no lo veo… Extiendes, empero, una cantidad de dinero fiduciario razonable y lo suficientemente golosa como para que te dejen en paz rápido y fastidio inoportuno resuelto. A menos que la dignidad de uno se niegue categóricamente a aceptar tal agresión, y decida oponerse a ella por –como no puede ser de otra manera– la fuerza. De hecho es lo que recomiendo: si uno se comporta como amenazante en vez de como amenazado, la mayoría de asaltantes se acongoja. Ya me entienden…
    Otro bonito caso: ¿Camina usted una suave noche de verano por la Rue des Écoles en dirección a Le Champo para ver «Le soffle au cœur» de Louis Malle? ¿Piensa preguntar en la taquilla si aceptan American Express?
    Y luego las propinas, fundamentales claro… Botones, conserjes, servicio de habitaciones, maîtres, camareros… Hay que ser agradecido y generoso con los profesionales. Ganar su favor además –aunque no hay que caer en la ruindad de obsequiarles con ese propósito o ningún otro– nos puede sacar de muchos atolladeros. ¿Habrá mejor kit de supervivencia que ese?

    TALENTOS PERSONALES.– Ni se les ocurra facturarlos en la maleta u olvidarlos en casa. Sin ellos no habrá adminículo en equipaje de mano que les salve.

    Cum superiorum privilegio veniaque. (Aunque sin demasiado convencimiento, tengo la impresión)

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Esta entrada fue publicada en mayo 23, 2012 por en Viajes y etiquetada con , , , , , .
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