1. No tiene una belleza obvia. Es como Anjelica Huston, como Benedict Cumberbatch: no aptos para todos los paladares; precisamente por eso, esconden su hermosura para el que le apetezca descubrirla. Entre la arquitectura comunista, el nuevo Oslo y la presencia del fiordo, Oslo resulta irresistible. Pero no busques la postal.
2. Es interesante visitar un país en crecimiento, pero no en crecimiento loco. Los noruegos son sencillos por naturaleza, están apegados a la tierra: siempre fueron eco, orgánicos y sostenibles porque no sabían ser de otra manera. Ahora, incorporan eso a sus cifras micro y macroeconómicas, que crecen y crecen. Da gusto ver con la calma con la que se construye y urbaniza; también estudios de arquitectos como el de Snøhetta, el más importante de la ciudad, con decenas de mesas ocupadas.
3. La Naturaleza roza la ciudad. Pero no hablamos de arbolitos ni parques, sino de Naturaleza bruta. El fiordo marca la forma y la vida de la ciudad. Se pueden recorrer algunas de las 40 islas con el ferry. Muy cerca de Oslo está también el lago Sognsvann. Se llega en metro. Los locales rodean el perímetro caminando, corriendo, con su perro y, en invierno, esquiando. Los noruegos no están nunca quietos.
4. Tiendas. Oh. Las tiendas de Oslo. No tiene la fama de su prima escandinava Copenhague, pero el nivel es altísimo, sobre todo en ropa de hombre, deportiva y tiendas de decoración. Porque, y aquí viene un tremendo choque cultural: los locales salen vestidos de deporte aunque no vayan a hacer deporte. No en chándal, sin con ropa técnica, a ser posible negra y/o austera. En Grünerløkka (el barrio a memorizar) hay tiendas de chico con jerseys, prendas de abrigo y mochilas perfectas como Dapper.
Allí también, en Bolia o Granit, encontramos muebles y objetos para la casa para hiperventilar. Y también hay que ir a la escandinaviamente obligatoria ACNE Studios, que incluso tiene una tienda de piezas de desfile y prototipos.
5. La Casa de la Literatura (Litteraturhuset). Habría que decir que su programa de actos es lo más importante, pero los bollos de canela están al mismo nivel. Aquí se reúne media ciudad a tomar café, comer o cenar y, siempre a leer. El wifi gratis es secundario: la gente lee. Ambiente fantástico, de edades mezcladas. E, insisto, tremendos bollos de canela.
6. El nuevo Oslo. Concejales de urbanismo de España, háganse/hágannos un favor y viajen a Oslo para ver cómo se proyecta, se construye y se da vida a una zona nueva. Aker Brygge tiene esos edificios de viviendas que nunca veremos por aquí. También hay allí un hotel estupendo, The Thief, que confirma que se poder ser muy moderno y tener muy buen servicio, algo que a veces se olvida. Y, por último, es obligatorio visitar, el edificio que Renzo Piano inventó para el Museo Astrup Feansley, uno los símbolos de la vanguardia noruega. Es como un barco de madera y entre sus paredes de madera fluye una curiosa energía. Como en el propio Oslo.
Solo hay un motivo para no visitar Oslo. Los locales, a medio día, comen una rebanada de pan con queso marrón, el queso local. No hay por qué imitarlos.
De acuerdo, no es un motivo muy disuasorio.
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