1. Preparar café. No me lo pidáis nunca. Si lo ofrezco será un acto de amor o producto de un desarreglo astral. Os diré dónde están las tazas, que elijáis Livanto o Rosabaya y cómo calentar la leche y me quedaré mirando mientras asumo mi neurosis. Os invitaré en la calle al frapuccino más caro, os cambiaré un café en mi casa por un plato de pasta, pero no me pidáis que prepare café. Eso no.
2. Lavarme el pelo. Como el café, me encanta que me lo hagan pero no soporto hacerlo. En la peluquería mis funciones vitales se reducen a lo justo para seguir viva del placer que me producen las manos sobre mi cabeza. En casa me resulta una tortura: el tiempo requerido, la combinación correcta de productos, la certeza de que no voy a acertar con ella. Por algo, cuando vi la escena de Memorias de África en la que Robert Redford lava el pelo de Meryl Streep, me quedé atrapada. No me he recuperado. Eso es vida.
3. Los viajes que empiezan antes de las 8 de la mañana y los que terminan después de medianoche. No a los vuelos que exigen madrugar de manera obscena. Tienen que tener escrito en la tarjeta de embarque: JFK, Narita, CDG, Menara o, motivos que lo justifiquen. No a los aves canallas en los que todo el mundo va dormido.
4. Llegar tarde. No hay más que hablar.
5. No poder dormir cuando tengo sueño. Cuando era pequeña, muy pequeña, alguien me preguntó cuáles serían mis clásicos tres deseos. Uno era “poder dormir cuando tuviera sueño”. Lo mantengo. Los otros dos han cambiado.
6. Ir con prisas. Uno de los estándares con los que mido “mi” calidad de vida es que siempre me sobre algo de tiempo en todo lo que hago. No soporto elegir la ropa con descontrol, despertarme y tener levantarme, desayunar sin leer, los taxis pillados con ansiedad. Y pertenezco a la tribu de los nerviosos, algo que no me preocupa porque, como estoy leyendo en Lettre à Yves, de Pierre Bergé que a su vez citaba a Proust: es “esa gran familia magnífica y lamentable que es la sal de la tierra.”
1.- ¿Me preparas café? Es broma. Debería replanteárselo y superar su fobia: no hay nada como un Jamaica Blue Mountain preparado en cafetera italiana con el agua apropiada. Cierto célebre sistemas de cápsulas pretendidamente sofisticado, resultará muy cómodo, sí, pero su café es veneno puro. De hecho, NASA va a sustituir las cápsulas de cianuro que suministra oficiosamente a sus astronautas, por éstas. POCKOCMOC, siguiendo la tradición inaugurada con su respuesta tecnológica al bolígrafo de gravedad cero (el lápiz), ya administra a los suyos paquetes de café Hacend***. 2.- Hace bien. Las abluciones capilares por manos ajenas constituyen uno de los mayores placeres de la vida. Además, lavarse el cabello con demasiada frecuencia resulta pernicioso para éste. Puede obtener más información en este paper http://acapulco70.com/el-mito-del-champu/ digno de ser publicado en la revista Nature, o matar de risa a alguien con los suficientes conocimientos de Química Orgánica invitándole a ver anuncios de champús u otros potingues por la tele. 3.- Coincido con usted, pero convendrá conmigo que ciertos viajes nocturnos en tren cuyo destino amanece en lugares mágicos llamados Gare d’Auterlitz, Gare de l’Est, Victoria Station, West Bahnhof… realizados o no abordo de esa maravilla (no importaría en este caso el destino, pero añadamos Stazione di Venezia Santa Lucia) llamada Orient–Express, tienen muchísimo encanto. Al diablo el coche–cama, uno no debería dormir (esa horrenda costumbre de lirones) embargado por la emoción. Un vol de nuit en el avión y con la persona adecuados bajo una bóveda celeste estrellada, tampoco es lo mismo que surcar rutas aéreas a merced de turbulencias de controladores y compañías, en esos autobuses con alas pilotados por camioneros del aire con Breitling, traje de confección y mocasines, flanqueados por azafatas chapurreando (ellas también) un inglés atroz. Ah, Paul Morand, Antoine de Saint-Exupéry… Vous me manquez! 4.- Llegar tarde, falta de consideración solo excusable por fuerza mayor, puede resultar embarazoso para una persona seria, pero existe algo peor: esperar a los llegan tarde. Caiga nuestro desprecio sobre ellos. 5.- Existe un método infalible para conciliar el sueño, la más inoportuna de las necesidades fisiológicas, consistente en otra que me abstengo de comentar en público y/o en presencia de señoritas, y del cual se distinguen dos variantes: desmayo por agotamiento/pérdida de consciencia por sopor. Procúrese la primera. Como alternativa algo menos impúdica y si no le importa padecer ese efecto secundario llamado resaca, le propongo la melopea; eso sí, nada de vulgaridades: d’Yquem, Romanée–Conti, Clos Vougeot, Musigny, Mersault, Margaux, Petrus… cualquier obra de arte líquida que se quiera permitir. Aléjese de las pastillas para dormir, son para jubilados alemanes. 6.- «Vísteme deprisa, que tengo prisa». Envidio su capacidad de organización, esa notable virtud. Aprovechar el tiempo es uno de los secretos de la vida (carrera de fondo y contrarreloj a un tiempo), no obstante, no puedo evitar girarle la cara a la Razón con suicida desdén. Arriesgas perder, pero los triunfos in extremis, el sprint por el pasillo de embarque, irrumpir en el vagón del último metro mientras se cierran las puertas, huelen, como el napalm tras arrasar colina donde enemigo esperara aviesamente escondido, a Victoria, no a deberes hechos. Sin negligencia siempre ganarían, como sucede en la realidad, los malos en las películas. ¿Acaso las prisas, ya que invoca a Proust, no son una forma de recobrar el tiempo perdido? Espero que siempre le falte tiempo, y por tanto que nunca le sobre vida. Es un buen deseo. Creo. Disculpe mi grosera e interminable intromisión en su blog (no tema: es el fruto de impulso que no se volverá a repetir). Aprovecho para felicitarla por él y por Radar, leo ambos, siempre que mis prisas me lo permiten, con sumo agrado.
Iba a decir algo, pero después del comentario anterior ya no me atrevo. A ver quién supera eso!