1. Porque seguro que no lo has pensado, ocupado en considerar Paris, tan rutilante, o Londres, tan eficaz. O Roma, tan lleno de gente.
2. Porque en 1914, Cortázar nació allí. Esa razón sólo tiene validez para los cronopios, famas y esperanzas desparramados en el mundo. De hecho, el resto no entenderá esto. Y no pasa nada: hay sitio para todos.
3. Por calles tan bonitas como la rue Lepoutre, en Ixelles, donde nació en el número 114 el enormísimo cronopio y donde yo quiero vivir. Y porque bajo la apariencia burguesa y tranquila, la ciudad es rara, surrealista y magrittiana.
3. Por hoteles como Tembosch House. La vuelta de tuerca del Bed&Breakfast.
4. Por la concentración de Art Nouveau que hay en Flandes. Este año se cumplen 150 años del nacimiento del padre del movimiento, Victor Horta y hay que ir a pasear por allá para celebrarlo. Hay dos casas Art Nouveau maravillosas en la rue Darwin. En una de ellas, un estudio de artista realizada por un discípulo de Horta, es posible alojarse.
5. Porque este mes se celebra Design September, un mes en el que cien espacios de la ciudad se vuelcan en mostrar buen diseño. Demuestra que no sólo de diseño escandinavo vivimos los treintañeros urbanitas.
6. Por las pastelerías y tiendas de bombones como las de Wittamer o Marcolini. Yo, que no soy golosa, entro en ellas en silencio con un respeto impropio. Imaginación, lujo, y una cultura chocolatera que no conocemos.
7. Por las patatas fritas, ese alimento sagrado. Más sin son comidas en la Museum Brasserie, en medio del Museo de Bellas Artes.
Ayyyy, qué recuerdos! Yo vi el Atomium por primera vez en ese libro. No en uno igual, no. En ése.