1. La Galería 127. Es la primera de todo el Magreb especializada en fotografía. Su dueña, Nathalie Locatelli, se atreve a llevar a artistas como Sarah Moon a una ciudad que todavía considera la fotografía como algo moderno. Ella dice: «Adoro Marrakech, pero es muy tradicional y aquí la gente viene buscando tradición». Sin embargo allí está, en su piso de la avenida Mohammed V, con su portátil y su buen gusto, haciendo su propia revolución
2. Grand Café de la Poste. Si yo viviera en Marrakech pasaría un rato aquí cada día leyendo y tomando café. Me gusta cómo han reformado el edificio de los años 20, que a ratos parece L´Avenue de Paris y lo rica que está su tarta de manzana. ¿Que la atmósfera tiene cierto tufillo postcolonialista? Quizás. No pienso dejar de ir y acepto mi condena.
3. Musée de L´Art de Vivre. Proyectos como éste me enternecen. El perfumista Abderrazzak Benchâabane, dueño de un riad, observaba que los viajeros intentaban ver qué había detrás de las puertas de las casas marroquíes. Y decidió abrirlas. Es un proyecto personal, sin sponsors ni grandes exposiciones; en tamaño, porque las que organizan alcanzan su objetivo mejor que otras que se venden como blockbusters. Tras el caftán, dedicarán una a los perfumes y al hammam. Este museo está en plena Medina, es pequeño y está llevado con un cariño inusual.
4. La Mamounia. Sólo la conocía por Hitchcock y por su leyenda. Ahora ya he pisado sus moquetas que te hacen volar, he subido en los ascensores forrados en piel negra, he visto la Koutobia al atardecer desde sus terrazas, he abierto la boca ante los mármoles y he paseado por los jardines sin ver el final. Futuro Mandarin Oriental, ¿estás preparado?
5. El hammam. O cómo estar dos horas fuera del tiempo y del lugar mientras te envuelven en jabón negro, exfolian (casi con ruido), lavan los pies en baños de pétalos de rosa y masajean. Lo único malo: el temor a que se acabe. La historia de mi vida.
6. Jmaa el Fna. El ruido, los zumos, los adivinos, el humo que la cubre por la noche…Eso sí, vuelvo triste porque no he podido traerme el amuleto que quería porque el señor estaba rezando. Cómo se me ocurre ir un viernes por la tarde.
7. El Jardin Majorelle. Todos nos sabemos el subtítulo: «es el jardín de Yves Saint Laurent». Lo compró en 1980, cuando estaba destrozado, y lo salvó. Es mágico y azul. Hasta el 18 de Marzo acoge una exposición llamada «Yves Saint Laurent et le Maroc». La ha comisariado Pierre Bergé y rinde un doble homenaje: al diseñador y al país. Pienso volver: hay un vestido que mezcla cuatro colores imposibles en el que pienso cada vez que cierro los ojos.
Quién pudiera volver… Necesito ver ese vestido del Jardín Majorelle…
Hija, lo cuentas de una manera… Me iría ahora mismito, sin pensar.
Un beso
Genial. Intentaré tener en cuenta las recomendaciones en mi cercano viaje a Marrakesh.
Yo también quiero dos horas en el hamman.
Poder de evocación